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Gnar es un yordle nervioso cuyas lúdicas payasadas pueden estallar en la ira de un niño pequeño en un instante, transformándolo en una bestia enorme empeñada en la destrucción. Congelado en Hielo Puro durante milenios, la curiosa criatura se liberó y ahora salta por un mundo cambiado que él ve como exótico y maravilloso. Encantado con el peligro, Gnar arroja todo lo que puede a sus enemigos, ya sea su bumerán de hueso... o un árbol arrancado de la tierra.

❝ ¡Gnar! ❞ — Gnar.

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Antes de que el hielo brindara su nombre a Freljord, existía allí una tierra repleta de maravillas... Al menos, si uno miraba el mundo a través de los ojos de Gnar.

Gnar, un joven yordle rebosante de energía, vivía junto con sus congéneres entre las duras tribus del norte. Aunque apenas tenía el tamaño suficiente para dejar huellas en la nieve, su temperamento estaba a la altura del de bestias diez veces más grandes que él y siempre lanzaba torrentes de palabrotas en cuanto las cosas se torcían. Por este motivo, se sentía más próximo a las criaturas más grandes y sabias que se mantenían alejadas de los mortales. Le parecían yordles grandotes de pelaje blanco... y eso a él le bastaba.

Mientras las tribus buscaban comida por la tundra y recogían bayas y musgo, Gnar recolectaba objetos más necesarios, como piedras, guijarros y los restos cubiertos de fango de pájaros muertos. Su mayor tesoro era la mandíbula de un drüvask. En cuanto la extrajo de la fría tierra, chilló de alegría y la lanzó lo más lejos que pudo.

Aterrizó a dos saltos de distancia.

Encantado por este éxito, Gnar empezó a llevar su "bumerán" dondequiera que fuese. El mundo se esforzaba por ofrecerle nuevas maravillas, como pelusas brillantes, dulce néctar o cosas redondas, pero ninguna le producía tanta felicidad como la que sentía al lanzar y atrapar su querida arma. Ahora se consideraba un cazador y le seguía el rastro a manadas de bestias salvajes que no le prestaban la menor atención.

Pero incluso él pudo sentir el cambio que estaba por llegar. El cielo parecía más oscuro. Los vientos eran más fríos. Las tribus mortales que antaño recolectaban juntas, ahora parecían cazarse unas a otras...

Los yordles grandes y blancos sabrían qué hacer, así que Gnar acudiría a ellos.

Usando su talento para la caza, los rastreó hasta las cimas cubiertas de nieve de una enorme cordillera, mucho más lejos de lo que jamás hubiera llegado. Al acercarse sigilosamente, vio incontables mortales. Era emocionante, pero nadie más parecía entusiasmado por ello.

Entonces, el suelo tembló y se resquebrajó. Por primera vez en su vida, parecía que eran los demás los que tenían un berrinche. Los mortales gritaron. Los yordles grandes rugieron.

Pero la llegada del monstruo los silenció a todos.

Surgió por el abismo que se acababa de abrir. Tenía unos cuernos enormes, tentáculos retorcidos y un único ojo, un ojo que portaba una luz extraña que hacía que a Gnar se le erizara el pelaje de la espalda. Algunos de los mortales huyeron nada más verlo, pero él empezó a sentir un extraño dolor en el pecho. Era como la idea de perder su bumerán o la de no recibir nunca más un abrazo. La horrible criatura quería hacer daño a sus nuevos amigos.

Y eso lo hacía enfadar. Es más, lo hacía enfadar de verdad.

Lo único que veía era el monstruo. De repente se encontró en el aire, abalanzándose sobre él. En una zarpa llevaba una bola de nieve... o eso creía. De hecho, se trataba de un pedrusco arrancado de la ladera de la montaña, pues Gnar se había hecho tan grande como los enormes yordles blancos. ¡Mandaría al monstruo de vuelta por donde había venido de un mamporro en plena cara!

Pero nunca llegó a dar ese golpe. En ese momento, sintió un frío más gélido que el de los inviernos, un frío que parecía convertir el aire en hielo; la magia elemental penetró en su greñudo pelaje y lo congeló en el sitio. Todo, monstruo incluido, se sumió en el silencio. La fuerza y la ira del yordle se habían difuminado. Un enorme cansancio se apoderó de sus extremidades y, suavemente, cayó dormido.

La siesta duró mucho tiempo y, cuando por fin se despertó, se sacudió la escarcha de los hombros y, con la respiración entrecortada, se dio cuenta de que no quedaba nadie. Sin monstruos con los que luchar ni amigos a los que proteger, Gnar volvió a sentirse muy pequeño y solo.

La tierra también era muy diferente. Había nieve por todas partes, una manta blanca que lo cubría todo hasta donde alcanzaba su vista. Aun así, soltó un aullido de felicidad al ver que tenía a su lado su querido bumerán, y se alejó a buscar algo que cazar.

Incluso a día de hoy, Gnar sigue sin saber lo que sucedió aquel día aciago o cómo escapó. Se limita a contemplar con asombro el mundo en el que está, un mundo repleto de rarezas que coleccionar y lugares que explorar.

Gnar Freljord gif
El Eslabón Perdido - RIOT Games
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@RageYordleCdR

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